- Por: Mons. José Mario Bacci Trespalacios, cjm
En la noche del 24 de diciembre, en cuanto me disponía a ir a la Catedral, a vivir el misterio de la Navidad, compartí a mis sacerdotes estas palabras del Papa Francisco en la homilía de esta Noche Santa en Roma, en la apertura de par en par de las puertas del Jubileo de la Esperanza:
“Sin tardar, – dice el Papa- vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida. Esta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime”.
Y luego el mismo Francisco nos da una perla, una joya de consolación y fortaleza, porque interpreta bien lo que hemos vivido este año. Dejar las cosas como están, por miedo o por cobardía, sería negarle la esperanza del Pueblo de Dios, de ver una Iglesia profética, comprometida, que vuelve a Jesucristo y a la simplicidad de su Evangelio:
“Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; nos pide —diría san Agustín— que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas”. Indignarnos por lo que no está bien y tener la valentía de cambiarlo todo…
Vamos a vivir con nuestras comunidades una Navidad llena de alegría comprometida de servicio al pueblo de Dios, una Navidad decidida a transformar este gozo en conversión total a Jesucristo y su Evangelio… Sí, esta Diócesis casi 5 veces centenaria puede resurgir, puede vivir una verdadera transformación desde la misión…
Y volvamos al Papa con este párrafo lapidario… ¿Nos conoce el Papa dado que su invitación aquí tiene un eco tan real y tan directo?
“Aprendamos del ejemplo de los pastores, la esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar —y muchos de nosotros, tenemos el peligro de acomodarnos en nuestro propio bienestar—; la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres.
Al contrario, la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad, y no sólo, también a través de y nuestra compasión. Aquí tal vez nos hará bien interrogarnos sobre nuestra compasión: ¿tengo compasión?, ¿sé padecer-con? Pensémoslo”.
Ahí ya tenemos un primer punto de partida para vivir verdaderos procesos de conversión personal y pastoral en nuestro clero ¡Bendito Dios que, en medio de análisis parciales de nuestros conflictos, olvidamos lo que somos: servidores de los pobres, testigos de Jesucristo, anunciadores de una gracia cara (Bonhoeffer)…
¡Feliz Navidad a toda mi familia diocesana!
Un saludo cordial,
+ José Mario, cjm