- Por: Claudia Mejía Mojica
La vida es un eterno proceso de enseñanza y aprendizaje. Desde el vientre, nuestras madres nos enseñan a sobrevivir y crecer en cuerpo, mente y espíritu; luego vienen los maestros y guías de vida, quienes nos enseñan a convertirnos en adultos capaces de asumir decisiones y responsabilidades propias; y como adultos aprendemos de nuestras experiencias, equivocaciones y errores. Es así como entre más aprendemos, más nos hacemos maestros, enseñando a otros aquello de lo que hemos aprendido a través de la vida.
Enseñar y aprender verdaderamente implica una escucha activa y permanente, un intercambio dinámico de ideas, pero también de inquietudes, certezas e incertidumbres, un compartir de pensamientos, sentimientos y emociones que dan sentido a lo que no conocemos o no comprendemos. Entonces la escucha se hace indispensable en el acto de enseñar y aprender, porque solo en la medida en que todo nuestro ser se coloca en actitud de escucha, logramos verdaderamente aprender eso que alguien nos quiere transmitir, compartir y enseñar.
Escuchar, como todo acto natural del ser humano, es un don que se va perfeccionando entre más y mejor se practica, haciéndonos más sabios, más capaces y por ende mejores maestros; por ello, escuchar verdadera y genuinamente implica involucrar todo nuestro ser… no solo nuestros oídos sino también nuestros ojos, nuestro tacto, nuestro olfato, nuestra mente y sobre todo nuestro corazón.
Escuchar con el corazón significa ponernos en el lugar del otro, adentrarnos en él, en su alter. Es un acto de amor, respeto y reconocimiento de la dignidad del otro. Es una oportunidad de crecer como personas en todas nuestras dimensiones, significa tener la humildad de aceptar que del otro aprendemos a ser mejores personas.
Ser catequista en tiempos de escucha
Catequizar es una hermosa experiencia de amor en la que nuestro Señor nos convierte en su instrumento para hacerse nuevamente maestro en medio de nosotros… de los más pequeños, de los jóvenes y de los mayores en su camino de fe. Enseñar las cosas de Dios es un inmenso regalo, una bendición y una oportunidad de servirle compartiendo con amor lo que alguna vez alguien nos enseñó con amor.
Catequizar en tiempos de escucha nos recuerda que las cosas de Dios se enseñan abriendo primero nuestro corazón para escuchar con el alma su mensaje y transmitirlo a cada hermano que busca a Dios y se entrega a la evangelización.
Por tanto, cada encuentro de catequesis ha de ser un espacio de diálogo amoroso que nos permite conectarnos profundamente con el alma de nuestros catecúmenos; creando un ambiente de aprendizaje en el que cada uno se siente dignificado y comprendido mediante actos de escucha verdadera y reflexión profunda de la Palabra del Señor hecha realidad en sus vidas.
Bien nos lo dice Dios Padre. ¡Escúchenlo!