La santa madre Iglesia

Mi nombre es Miguel Ángel Plaza Espitia, nací en Montería. Soy el primero de 4 hermanos. En los primeros años de mi vida, crecí dentro el núcleo familiar y contaba con el apoyo de mis padres para mi sustento, mi educación y mi seguridad afectiva. A los 10 años fui consciente de que el matrimonio de mis padres tenía problemas y había violencia y finalmente se separaron: mi mamá y mis 3 hermanitos se fueron a vivir con mis abuelos maternos y yo me quedé con mi papá en la casa de mis abuelos paternos. Como consecuencia, en mi interior se crearon vacíos, preguntas y dudas.

A los 16 años falleció mi papá a causa de un paro cardiaco, mientras conducía su vehículo. Esto fue muy fuerte para mí, porque veía que mi seguridad había desaparecido. No sabía quién era Dios, me hablaban de Él, pero yo creía que era imposible que un Dios tan bueno permitiera esos sufrimientos en mi vida. Cuando tenía 18, me gradué como bachiller académico y el año siguiente conseguí empleo. Con el primer sueldo alquilé una casa para reunir a mis hermanos y a mi madre y luego seguí ayudándolos en su crecimiento y en su formación personal.

A los 25 años me casé con Yadet, después de un año de noviazgo. Sin embargo, estando recién casados, quedé sin empleo y decidimos irnos a Barranquilla, en búsqueda de oportunidades laborales. De nuestro matrimonio nacieron dos hijos, Luis Ángel y Martín Elías. Dios me concedió un regalo, que fue el acontecimiento de la enfermedad de mi hijo mayor; el diagnóstico fue sarcoma de tejidos blandos (cáncer) en el fémur izquierdo. A raíz de este acontecimiento, nuestro matrimonio, que ya estaba atravesando un momento de crisis, llegó casi a la separación. Aquí aparece mi madre la Iglesia: un día, regresando de la clínica a la casa, encontramos una invitación para unas charlas en la parroquia, que decía: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (Mt 11,28). Al finalizar las charlas, ingresamos a una pequeña comunidad del Camino Neocatecumenal, donde experimento el perdón de mis pecados, ha aparecido el amor para con mi esposa, lo cual era imposible sin la gracia de la Iglesia y de Jesucristo.

Este caminar en la pequeña comunidad durante 25 años ha despertado en mí el amor hacia el hermano y el celo por el anuncio del Evangelio. Por eso me encuentro hoy como misionero en la Diócesis de Santa Marta, entregando gratis lo que gratis he recibido de la Santa Madre Iglesia.

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