- Por: P. José Antonio Díaz Hernández
En los Evangelios se menciona la relación de Jesús con algunas mujeres que permanecieron cerca de Él: habló con ellas (cf. Jn 4,27), practicó de manera especial la misericordia con aquellas que llevaban una vida pecadora (cf. Lc 7,36-50; Jn. 8,1-11), a algunas las sanó de sus enfermedades (cf. Mc 5,25-34); algunas mujeres pertenecían al círculo más cercano de los seguidores de Jesús (cf. Lc 8,1-3); las eligió como primeras testigos del acontecimiento de la resurrección (cf. Mt 28,1-10).
Una de esas mujeres, que nos presenta la Biblia, es María Magdalena. Ella es modelo del discípulo, que no afloja fácilmente en la fe. Fue la primera en reconocerlo como resucitado. Escrutando su vida nos encontraremos con una buena reserva de sorpresas. María Magdalena fue fiel a Jesús, no lo traicionó, ni lo negó, y menos lo abandonó. De María Magdalena en relación a Jesús se ha dicho que: lo amó vivo, lo amó muerto y lo amó resucitado.
Ahora lo importante es saber qué dice María Magdalena para nuestro tiempo; y cómo podemos hacer parte de su tradición creyente para imitarla en su experiencia del Kerigma, la resurrección de Jesús.
No es fácil armonizar los datos de los evangelios sobre María Magdalena debido a las tradiciones (tradiciones que han identificado a María Magdalena con otras mujeres, como la adultera, la mujer anónima que unge con perfumes a Jesús y María de Betania: equívoco, que, a través del estudio de los evangelios, se ha superado): Cf. C. Bernabé Ubieta, “María Magdalena: de discípula y apóstol a prostituta”, S. Guijarro Oporto y otros, Los Discípulos de Jesús, p. 23).
Sabemos que María Magdalena en el momento de conocer a Jesús, la reconstruyó, pues estaba psicológica y afectivamente destruida. María Magdalena hizo suyos algunos sentimientos de los salmos: “Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa, afianzó mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos; puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios” (Sal 40,3-4). “Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos” (Sal 116,8-9). “Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos” (Sal 124,7).