- Por: P. César Amaya Moreno
“El hombre es un ser moral, dotado de una conciencia que lo interroga y le hace interrogarse permanentemente sobre el sentimiento de culpa y, por tanto, sobre el bien y el mal”, (Michelle Aramamini); por ello resaltemos los valores fundamentales como, la conciencia, la libertad y las relaciones interpersonales, que para el cristiano tienen como fundamento, la creación y redención, que parten del plan salvífico revelado por Cristo. Este proyecto nace de la fe.
Entonces la moral como rama de la teología reflexiona sobre la respuesta que el hombre debe dar a la llamada de Dios. Así, el cristiano como discípulo modela su vida según la voluntad y designio de Dios, pero nuestra época constata una profunda crisis moral. Se dice que es una crisis cultural, y la filosofía dejó de ocuparse directamente del tema moral; pero la crisis es también existencial, porque el hombre común carece de criterios éticos para orientar su vida.
Lo malo es que en estos tiempos las personas tienen dificultad para comunicarse claramente sobre el bien y el mal. Hay pérdida del sentido de la trascendencia, de la universalidad, de la transparencia social y del valor absoluto e imperativo ético como tal. La crisis moral empieza con la no credibilidad hacia la Iglesia, puesto que hay pluralidad de creencias, multiplicación de confesiones religiosas.
Encontramos una moral del pecado, preocupada por brindar al confesor parámetros precisos que la ayudarán a valorar las culpas y penitencias seleccionadas para una conversión efectiva. Una atención exclusiva a la acción humana y a la objetividad de los comportamientos, pero casi nada al complejo proceso de formación de la intención del sujeto.
Pero la representación naturalista, se supone independientemente del comportamiento de la persona, se piensa en el hombre sin considerar a la conciencia que actúa en la práctica de esos actos en que se expresa y actúa. La ley aparece como la regla de un orden de la creación, el cual tiene un significado independiente de la conciencia del hombre.
Hay que concebir la vida moral como una lucha contra las pasiones, todo lo que es emoción, deseo, temor, alegría, tristeza, sentimiento de culpa; y estas expresiones son las que anticipan la conciencia y muestran una moral que las descuida y termina siendo poco persuasiva.
Tengamos en cuenta que, el intelectualismo moral que recurre a una naturaleza del hombre no tiene argumentos para discutir con las ciencias humanas y termina no regulando concretamente la experiencia afectiva. Las ciencias humanas se ocupan precisamente de la identidad del sujeto con un acercamiento empírico.
El Concilio Vaticano II, propone sobre todo en la constitución Gaudium et Spes y el decreto sobre la formación de los presbíteros Optatam Totuis, considerar como centro de la moral la dignidad de la persona humana, y fue necesario recordar aquí según Aramini, “la conciencia es tradicionalmente el lugar donde la instancia moral se hace sentir con una inmediación y una perenterioridad que no admiten replicas”.
Se trata de la voz de Dios, o de la luminosidad del imperativo moral de la razón, la conciencia moral es considerada el juicio sin apelación en el obrar concreto, puntual. La moral cristiana no se agota en el cumplimiento de una regla de derecho natural impersonal, sino que es la respuesta a una llamada que parte de la persona histórica de Jesús.
Por tanto, el tema bíblico es el principio arquitectónico de la moralidad cristiana, pues la llamada de Cristo suscita la respuesta libre del hombre, porque la moral cristiana es cristocéntrica y al mismo tiempo estrictamente ligada a la antropología. Esto exige conocimiento de la realidad humana en su complejidad, solamente del conocimiento del hombre y sus problemas se obtiene una propuesta moral efectiva de la llamada de Cristo.