LECTIO DIVINA
Oración inicial
Amado Señor, al comenzar este momento de estudio de tu Santa Palabra, te pedimos que abras nuestra mente y nuestro corazón a tu verdad. Que tu Espíritu Santo, el mismo que sopló sobre los discípulos y les infundió entendimiento, nos ilumine ahora. Ayúdanos a dejar a un lado nuestras preocupaciones y distracciones, para que podamos escuchar con atención lo que quieres decirnos a través de estas Escrituras.
Que este tiempo de reflexión no sea solo un ejercicio intelectual, sino un encuentro personal contigo. Permítenos sentir tu presencia, recibir tu paz y entender cómo este mensaje transforma nuestras vidas hoy. Que tu Palabra sea luz en nuestro camino y fuente de inspiración para vivir según tu voluntad.
Amén.
LECTURA (¿Qué dice la Palabra? Leer el texto bíblico dos o tres veces)
Texto Bíblico: Juan 20, 19-23
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes”. Y, diciendo esto, les enseño las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Palabra del Señor.
Preguntas para reflexionar personalmente o en grupo:
- Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo, pero Jesús entró y les dijo: “¿Paz a ustedes”. ¿Qué nos enseña esto sobre la presencia de Jesús en medio de nuestro miedo y cómo nos ofrece su paz incluso en situaciones difíciles?
- Jesús les muestra las manos y el costado, y luego les dice: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. ¿Qué relación ves entre las heridas de Jesús y la misión que les confía a sus discípulos?
- Jesús sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. ¿Qué implicaciones tiene esta entrega del Espíritu Santo y esta autoridad para la vida de los creyentes hoy?
MEDITACIÓN (¿Qué me dice la Palabra?)
El pasaje del evangelio de hoy nos transporta a la tarde del mismo día de la Resurrección, un momento de miedo y confusión para los discípulos. Las puertas estaban cerradas por temor a los judíos, un reflejo de su estado de ánimo: encerrados en su incredulidad, su tristeza y su temor. En medio de esta atmósfera de clausura y desánimo, Jesús Resucitado se hace presente. Su primera palabra es “Paz a vosotros”. No es un simple saludo, sino la entrega de su propia paz, una paz que el mundo no puede dar, una paz que disipa el miedo y abre los corazones a la esperanza. Esta aparición no es solo para confirmarles que ha resucitado, sino para iniciar un proceso de transformación profunda en ellos.
Acto seguido, Jesús les muestra las manos y el costado, las llagas de su Pasión. Esto no es para reavivar su dolor, sino para recordarles el inmenso amor que lo llevó a la cruz y la realidad de su resurrección. Al ver al Señor, los discípulos se llenan de alegría. Esta alegría no es superficial, sino el gozo profundo que nace de la certeza de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Es la confirmación de todo lo que Él les había prometido. Y una vez más, Jesús les repite: “Paz a vosotros”. Esta reiteración subraya la importancia de la paz como don fundamental para la misión que les encomendará.
Luego de infundirles paz y gozo, Jesús pronuncia las palabras centrales de este relato, que tienen un eco directo con Pentecostés: “Como el Padre me envió, así también os envío yo”. Aquí radica la vocación y la misión de los discípulos y, por extensión, de la Iglesia. Ellos son enviados con la misma autoridad y el mismo propósito con que el Padre envió al Hijo. E inmediatamente después de pronunciar estas palabras, Jesús sopla sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”. Este “soplo” recuerda la creación de Adán (Génesis 2,7), donde Dios insufló aliento de vida, y simboliza una nueva creación, un nuevo comienzo para la humanidad a través de la Iglesia.
Este evento, aunque cronológicamente anterior al Pentecostés público narrado en Hechos 2, es un verdadero “Pentecostés privado” o el inicio del don del Espíritu a los Apóstoles. Es la primera infusión del Espíritu Santo con un propósito específico: la remisión de los pecados. Las palabras de Jesús, “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, confieren a los Apóstoles el poder de perdonar, estableciendo así el Sacramento de la Reconciliación. Es el Espíritu Santo quien los capacita para ejercer este ministerio fundamental, convirtiéndolos en instrumentos de la misericordia de Dios para con la humanidad. Cada vez que celebramos el Sacramento de la Reconciliación, participamos de esta institución divina de Jesús. El don del Espíritu es, por tanto, una habilitación esencial para el servicio y para la edificación del Reino de Dios.
Así, en la Solemnidad de Pentecostés, mientras celebramos la efusión pública y universal del Espíritu Santo que transformó a los apóstoles en audaces predicadores, este pasaje de Juan nos revela el origen íntimo y fundacional de ese don. Nos recuerda que el Espíritu Santo es el garante de la paz de Cristo, la fuente de la verdadera alegría, el poder que nos capacita para la misión y el que permite el ministerio de la misericordia divina. Cada vez que celebramos la Eucaristía, cada vez que nos reconciliamos con Dios, y cada vez que nos sentimos enviados a anunciar el Evangelio, experimentamos de nuevo ese “soplo” del Espíritu que Jesús infundió a sus discípulos, capacitándonos para ser Iglesia viva.
ORACIÓN (¿Qué me hace decir a Dios la Palabra)? De manera espontánea los hermanos pueden hacer una oración en voz alta a partir de lo reflexionado. También pueden pedir por necesidades particulares o de la comunidad).
CONTEMPLACIÓN (Dios me mira y yo lo miro)
Cierra tus ojos y adéntrate en la escena: es el anochecer del primer día de la semana, y los discípulos están en una casa con las puertas cerradas, paralizados por el miedo. Siente la opresión de ese encierro, la tensión del temor que los rodea. En ese instante, Jesús aparece en medio de ellos, sin necesidad de abrir puertas, y su primera palabra es un bálsamo: “Paz a ustedes”. Observa cómo les muestra sus manos y su costado, las marcas de su amor, y nota la transformación instantánea: el miedo se disipa y la alegría inunda sus rostros al reconocer al Señor resucitado.
Jesús reitera su paz y, con un gesto lleno de significado, sopla sobre ellos, infundiéndoles el Espíritu Santo. Con este don, les confiere la autoridad para perdonar, una misión que les encarga con las palabras: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Permanece en esta visión de la paz que disipa el miedo, la alegría que surge del reconocimiento de la presencia divina y el poder del Espíritu que te empodera para tu propia misión.
ACCIÓN (en este momento de manera personal o como comunidad se pueden proponer unos compromisos para ponerlos en práctica. Proponemos unos para fomentar el estudio de la Biblia).
- Pausa de Paz: Ante el miedo o la ansiedad, respira hondo tres veces y repite en silencio: “La paz de Jesús está conmigo”.
- Alegría Sembrada: Ofrece un cumplido genuino o escucha atentamente a alguien hoy.
- Puente de Perdón: Escribe una nota (incluso para ti) de perdón o arrepentimiento por una situación pendiente.
ORACIÓN FINAL
Padre celestial, te damos gracias por este tiempo de encuentro con tu Palabra. Así como Jesús se presentó a sus discípulos en su miedo, te pedimos que tu paz inunde nuestro corazón, disipando toda ansiedad y temor que podamos sentir. Gracias, Señor, por mostrarnos tus heridas, signos de tu amor y tu victoria, que nos llenan de alegría y esperanza.
Concédenos, por tu Espíritu Santo, la gracia de ser fieles a la misión que nos confías, así como enviaste a tus discípulos. Ayúdanos a llevar tu paz a otros, a ser instrumentos de tu alegría y, especialmente, a vivir el perdón y la reconciliación en nuestras vidas. Que tu Espíritu nos capacite para cumplir tu voluntad y reflejar tu amor en cada paso.
Amén.