Palabras en la apertura del Día CONACED 2025

El marco de los 500 años de Santa Marta, nuestra ciudad, nos ha dado la ocasión de revisitar la categoría IDENTIDAD, un camino lleno de múltiples interpretaciones y posturas. Personalmente creo que no somos lo que fuimos y no seremos lo que somos, porque las personas y las instituciones somos construcciones históricas. Por eso propongo situarnos desde el aprecio de lo mejor que hemos llegado a ser para apalancar el surgimiento de aquello que aún no logramos alcanzar: el ideal de la fraternidad y en esta tarea la educación tiene todo que ver.

Hoy estamos celebrando la identidad católica que inspira los proyectos educativos de los colegios e instituciones educativas afiliadas a CONACED, Bartolomé (2008) afirma que “una persona no tiene múltiples identidades, sino solo una, hecha de todos los elementos que le han dado forma en una mezcla especial y única”. Nuestra jornada será muy educativa, muy católica y muy samaria, no como multiplicidad de identidades en conflicto, sino como una articulación de los elementos identitarios que nos han dado forma de manera especial y única.

En su origen etimológico, católico quiere decir universal y ¡qué hay de más universal que el respeto a la dignidad humana, el amor como código de conducta, la justicia y la paz como consecuencias de la fraternidad! Pues bien, los educadores y educadoras que hoy nos reunimos aquí encontramos en Jesús, el Maestro de Nazareth, la inspiración para promover una educación que potencie estos valores, porque en tiempos de inteligencia artificial es más que nunca necesario desarrollar la inteligencia espiritual.

Apostar por la persona desde una concepción espiritual y, en consecuencia, profundamente histórica, implica para nosotros tener los ojos abiertos para mirar la realidad. A este respecto me parece oportuno evocar las palabras de García Márquez (1989) en El general en su laberinto “Pasaba la noche en la hamaca contemplando las vueltas del faro en la fortaleza del Morro, soportando los dolores para no delatarse con sus quejidos, sin apartar la vista del esplendor de la bahía que él mismo había considerado la más bella del mundo. “Me duelen los ojos de tanto mirarla”, decía.

Miremos a nuestros niños y jóvenes y miremos a nuestra casa común… Miremos las calles y también la bahía… Miremos a los más pobres, miremos la ciudad y la humanidad… Miremos hasta que nos duela, porque sólo el dolor moviliza la transformación.  

Y eso está llamada a ser la educación: motor de transformación personal y social.

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