Elegidos de entre el pueblo

Comparto con ustedes, a propósito del sacerdocio ministerial, parte del discurso del Papa Benedicto XVI en el encuentro con los sacerdotes en la catedral de Varsovia, nada más haber aterrizado en la patria de San Juan Pablo II (25 de mayo de 2006).

En aquella ocasión, el Papa dijo a los sacerdotes: ustedes son elegidos de entre el pueblo, constituidos para el servicio de Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Además, los invitó a creer en la fuerza del sacerdocio y a reconocer que en virtud del sacramento se recibe todo lo que son. Dijo: Cuando pronuncia las palabras “yo” o “mi” (“Yo te absuelvo… Esto es mi cuerpo…”), no lo hacen en nombre propio, sino en nombre de Cristo, “in persona Christi”, que quiere servirse de sus labios y de sus manos, de su espíritu de sacrificio y de su talento.

El Santo Padre recordó, que, en el momento de la ordenación, mediante el signo litúrgico de la imposición de las manos, Cristo ha puesto a los sacerdotes bajo su especial protección. Esto quiere decir, que los sacerdotes están escondidos en las manos y en el corazón de Cristo. Sumergidos en su amor, y que deben darle a Él todo el amor. Cuando sus manos fueron ungidas con el óleo, signo del Espíritu Santo, fueron destinadas a servir al Señor en el mundo de hoy. Ya no pueden servir al Egoísmo, dice el Papa, deben dar en el mundo el testimonio de su amor.

A continuación, el Sumo Pontífice, recuerda que la grandeza del Sacerdocio de Cristo puede infundir temor. Se puede sentir la tentación de exclamar con San Pedro: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8), porque nos cuesta creer que Cristo nos haya llamado precisamente a nosotros. Se pregunta el Santo Padre: ¿No habría podido elegir a cualquier otro, más capaz, más santo? Responde el Papa: pero Jesús nos ha mirado con amor precisamente a cada uno de nosotros, y debemos confiar en esta mirada.

Continúa el Santo Padre en su discurso animando a los sacerdotes en medio de las luchas diarias: no hay que desanimarse porque la oración requiere esfuerzo, o por tener la impresión de que Jesús calla. Calla, pero actúa. (…) El sacerdote necesita de la oración, en un mundo en el que hay tanto ruido, tanto extravío, se necesita la adoración silenciosa de Jesús escondido en la Hostia. Por eso, la invitación que el Papa les hace a los sacerdotes, es permanecer con frecuencia en oración de adoración y enseñarla a los fieles.

En ese mismo discurso, el Sucesor de Pedro advierte lo que los fieles esperan de los sacerdotes: solamente una cosa: que sean especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Dice claramente: “Al sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en construcción o en política. De él se espera que sea experto en la vida espiritual. Ante las tentaciones del relativismo o del permisivismo, no es necesario que el sacerdote conozca todas las corrientes actuales de pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles esperan de él es que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la Palabra Revelada”.

El Santo Padre, pide al sacerdote, la solicitud por la calidad de la oración personal y una buena formación teológica, para dar frutos en la vida. Termina el Papa: “Cristo necesita sacerdotes maduros, viriles capaces de cultivar una auténtica paternidad espiritual. Para que esto suceda, se requiere honradez consigo mismos, apertura al director espiritual y confianza en la misericordia divina”.

Les dejo aquí esta reflexión de uno de los grandes pensadores de este tiempo, que nos puede ayudar a descubrir la grandeza del don del sacerdocio.

Por: P. José Antonio Díaz Hernández
Canciller Diocesano