ENTREVISTA: ALBERTO LARA BOLAÑO, CANDIDATO A DIÁCONO

Nacido en la tierra del “realismo mágico”, ese, que sería inspiración para que Gabriel García Márquez escribiera su obra cumbre: Cien años de soledad. En medio de aquellas polvorientas calles cataqueñas, bañadas por un “río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”, nació Alberto Lara Bolaño. Un joven que sintió el llamado a la vocación sacerdotal desde temprana edad, hecho que lo hizo llegar hasta Santa Marta e ingresar al Seminario Mayor san José donde iniciaría su formación.

Alberto Lara concedió a Ricardo Ortiz, de la Pastoral de Comunicaciones de la Diócesis de Santa Marta, la siguiente entrevista: 

Ricardo Ortiz: ¿Dónde naciste y cuál fue tu formación escolar?

Eduardo Lara:  Soy de un pueblo fantástico del Magdalena, cuyo nombre no solo resuena en los alrededores, sino también internacionalmente. Soy de un pueblo cuyo nombre es universal: Aracataca Magdalena. Conocido también como Macondo o Aracataca Macondo.  La tierra de ilustres personajes como: el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez y el fotógrafo y caricaturista, Leo Matiz. Nací un 26 de abril de 1998, hijo mayor de Alberto Enrique Lara de la Rosa y Magaly María Bolaño Carrascal; el primero de tres Hermanos: Sandrith Cecilia Lara Bolaño y Brandon Yesith Lara Bolaño.

Mi formación escolar la recibo en uno de los colegios públicos del municipio más distinguidos en su momento, la I.E.D Elvia Vizcaíno de Todaro; cuya fundadora y primera rectora tengo el gran honor de conocer. En esta institución realizo mis estudios de primaria y secundaria, llegando a graduarme como bachiller técnico laboral.

De esta institución educativa resalto y agradezco su empeño en trabajar por la educación en los valores, como bien lo deja ver en su misión y en las estrofas de su himno. En ella pude encontrar grandes y magníficos profesores que me inculcaron el amor por la educación como parte fundamental en la vida de todo ciudadano. También guardo un profundo aprecio y estima hacia el cuerpo docente de la institución. Conté con compañeros y amigos de los cuales aprendí y me ayudaron a entender el valor de la amistad, algo que actualmente se ha perdido.

R,O. ¿Cómo llegaste a ser parte de la Iglesia Católica?

A. L.: Ricardo, el primer contacto que uno, como persona, tiene con la Iglesia se llama bautismo. Este sacramento de la iniciación cristiana se convierte en el primer acercamiento a la Iglesia. Por gracia de Dios, nací y crecí en una familia católica de valores cristianos. Mis padres fueron siempre diligentes con cada uno de sus hijos en lo que a la vida sacramental se refiere. Fui llevado a la Iglesia el 25 de abril de 1999, por mis padres y padrinos. Allí recibí de Dios la gracia de ostentar el título que adelante nadie me arrebataría: ser hijo de Dios. Por otra parte, si el primer contacto que una persona tiene con la Iglesia se llama bautismo, el segundo contacto que un cristiano tiene con la Iglesia, diría yo, se llama parroquia. Allí empecé a conocer no sólo lo que estructuralmente es una parroquia, sino que aprendí, aunque de manera un poco limitada aún, el gran misterio que es la Iglesia.

R.O.: ¿Siempre quisiste ser sacerdote o pensaste en estudiar alguna carrera universitaria?

A. L.: Respondiendo a tu pregunta Ricardo debo decir que siempre me acompañó, a lo largo de mi vida, un profundo amor por la naturaleza. Sumando, además, el hecho de que mi padre, licenciado en biología y un apasionado por la naturaleza, hizo que su pasión por las ciencias biológicas me impactará tanto, al punto de llegar a contemplar como una opción académica la ingeniería agronómica. Siempre estuve en ambientes en los que era evidente ver mucha naturaleza y fauna. El patio de mi casa siempre gozó de mucha vegetación; habitualmente los fines de semana íbamos a la finca de mi abuelo y los recurrentes documentales que ambientaban el espacio de televisión familiar. Fueron los escenarios que me acompañaron en esta posible opción de una carrera profesional, la cual descarte por la decisión de ir al seminario una vez culminados mis estudios de bachillerato.

R.O.: ¿Cómo descubriste el llamado a la vocación sacerdotal?

A. L.: El llamado a la vocación sacerdotal, en mi experiencia de vida, cunde sus raíces en la familia y también en la vivencia de la fe católica de la misma familia. En mi caso, desde muy temprano, hubo signos visibles de la vocación. Habitualmente, escucho los testimonios de hermanos sacerdotes, el hecho, de que de niños representaban la Eucaristía, pues hoy, me toca decir que yo era uno de esos. Hoy, que recuerdo a mis padres contando esas anécdotas, del niño Alberto que celebra la Eucaristía; recordar que los juegos con mis hermanos eran precisamente eso: si mi hermana tenía una mascotica o una muñeca, pues bauticémosla. Los juegos que de niño recuerdo y asocian mi ambiente familiar, de hermanos y primos, son precisamente eso: celebrar, representar la Sagrada Eucaristía. De niño siempre hubo esos signos vocacionales que me acompañaron. Luego, el tema de la preocupación de mi familia por mi vida sacramental, que inició muy temprano. A los once años hice la primera comunión y la confirmación. Entonces, ha habido signos vocacionales que han acompañado mi caminar, mi vida de fe, los cuales he logrado identificar. Si me dices, que te ubique un momento de mi historia vocacional, diría: no lo tengo, formalmente hablando. Porque han sido muchos, de hecho, cuando mi familia hace memoria de esos momentos en que dramatizaba la Eucaristía, hoy para mí, aunque lo recuerdo, en el momento no sabía por qué lo hacía. Más adelante, cuando hago una síntesis y empiezo a recordar dichos momentos, digo: estaba el Señor manifestando la vocación.  

 R.O.: ¿De qué manera te apoyo o influyó tu familia al momento de decidirte por el sacerdocio?

 A.L.: Bueno, a esta pregunta creo debo responder con toda sinceridad. Y es que, aunque mi familia es católica desde sus raíces, nunca se les pasó por la mente tener un hijo Sacerdote. En mi familia existen dos líneas muy marcadas, tanto por el lado paterno y materno, en las cuales se configuran dos opciones vocacionales posibles: uno es el profundo amor a la docencia, cosa que es evidente en mis padres y tías paternas y el amor por la patria en el servicio al Ejército Militar y la Policía. Estás dos elecciones o cualquiera de las dos hubiesen sido de total armonía con la tradición familiar, si se puede decir. El apoyo de mi familia fue posterior, aunque mi madre siempre me apoyó en este deseo de entrar al seminario, no puedo decir, lo mismo de mi padre, quien desde un comienzo no se vió muy animado por esta decisión. El apoyo de mi familia, y de todos aquellos que conforman mi ambiente familiar cercano, fue avanzando en el proceso de formación, casi que podría decir, este proceso de aceptación se fue dando paulatinamente con la dinámica de la formación en el seminario. Este proceso de aceptación de mi opción vocacional se lo agradezco en primer lugar a Dios, porque sí que me costó doblar rodillas y pedir por eso.  Pero también le agradezco a aquellos hermanos seminaristas que, logrando ser cercanos a mi familia, le hicieron ver y entender que no soy el único en el mundo que contempla la opción sacerdotal.

R.O.: ¿Qué experiencias te han marcado durante tu proceso de formación en el seminario?

A. L..: Hay una experiencia particular con la que yo siempre me he sentido identificado y no solo en el seminario sino en mi vida parroquial y es que yo me llamo: el “Juan” del Señor, el discípulo amado. Y en qué sentido lo digo, en que siempre he sido el más joven de todos los grupos. Era el más joven de los catequistas de la parroquia, de los monaguillos y llego al seminario y aún sigo siendo el más joven. Entonces, aprendí que esa es una realidad que siempre irá conmigo. Si Dios me da la gracia, con la ordenación diaconal, de entrar a la vida del clero también seré el más joven. Entonces, es algo que siempre me ha llamado la atención, acompañado y marcado, porque siendo joven, el mas joven del grupo, me he sentido como el discípulo amado y también como el más protegido por todos, el que se le enseña con más paciencia y esto ha marcado mi vida vocacional.

R.O.: ¿Qué representa para ti ser llamado al orden de los diáconos?

A.L.: El ministerio del diaconado es un papel fundamental de la Iglesia. Este ministerio se entiende desde las palabras del mismo Jesús quien no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida por muchos (Mt 20,28). Entonces, el gran llamado que Jesús nos hace con este ministerio, es precisamente eso: ser siervos, aprender a servir. Todo aquel que hoy es sacerdote, antes de recibir este orden, pues ha recibido el diaconado. Se podría decir, que todo aquel que hoy es presbítero, antes fue diacono. La diaconía no es solo un ministerio temporal, sino que se está llamado a asumirlo en la propia vida de todo lo que será la acción pastoral del sacerdote.

Ser diácono para mí significa configurarme con Cristo siervo.

R.O.: ¿Cómo ha sido tu experiencia pastoral dentro de las comunidades?

A.L.: Mi experiencia pastoral en las comunidades de la diócesis ha sido muy enriquecedora. He sido un joven que ha llegado al seminario, un joven marcado por realidades personales que lo limitaban mucho. Yo era siempre muy tímido, pero en ese contacto con la gente, he ido aprendiendo qué es ser un pastor; escuchar al necesitado, al que nadie escucha, asistir de modo catequético o sacramental los distintos grupos de la parroquia. Entonces, ha significado mucho para mí la vida pastoral y me ha ayudado a crecer pastoral y humanamente, pues como te digo, ese Alberto tímido, ha aprendido a ir creciendo en el aspecto humano-comunitario, desde el contacto con las comunidades de la diócesis.

R. O. : ¿Qué proyectos misioneros y de evangelización tienes actualmente?

A. L.: Actualmente me encuentro en una experiencia llamada etapa de síntesis vocacional. En esta, el candidato al diaconado se envía a una parroquia de la diócesis en donde se le encomienda una labor pastoral concreta. Esta etapa de síntesis vocacional tiene toda una razón de ser, unas directrices y estructuras de la cual creo no es necesario ahondar.

 Respondiendo a tu pregunta, debo decir, que mis proyectos de evangelización y misión en este momento puntual se centran en el C.D.E. Santísima Trinidad, ubicado en el barrio Santa Ana, al lado del trasporte y perteneciente a la jurisdicción de la P. de la Sagrada Familia. Es una comunidad viva y llena de muchos hermanos de buenos deseos. En ella he enfocado de manera puntual mi formación pastoral, también los he fortalecido en el deseo y anhelo de seguir construyendo comunidad y dar el paso para la configuración de una petición que le permita a mediano plazo ser una parroquia de la ciudad.

R. O.: ¿En algún momento pensaste en retirarte del seminario? ¿Qué te motivo a no hacerlo?

A. L.: Pues seriamente hablando, hubo un momento en el que pensé retirarme del seminario y esto no por dudas a la vocación, sino por situaciones y problemas familiares, los cuales pertenecen al fuero interno y no se pueden comentar. Pero si pensé en una mayor presencia en la familia. Pensé que en ese determinado momento que debí estar con mi familia. Pero bueno, luego Dios fue disponiendo todo y todo fue marchando bien.

Otras de mis grandes curiosidades siempre fue el ver cómo sacerdotes hacían habitual alusión, en sus testimonios vocacionales, de un año o tiempo por fuera del seminario. En mi caso nunca se dio, no me arrepiento de eso, hubo continuidad en mi proceso.

R.O.: ¿Cómo has enfrentado las pruebas que surgen al llevar a cabo tu proceso de síntesis vocacional?

A. L.: Respondiendo a esta pregunta, debo decir, que la mayor prueba ha sido negarme. Respecto a la síntesis vocacional siendo yo el primero en la diócesis y en el seminario en vivir esta experiencia, afirmo, que este proceso significa dar un paso serio en la vida vocacional; ya estando fuera del seminario todo empieza a tener sentido en la práctica. Ya no dirás: “se espera de mí que sea un pastor según corazón de Cristo”, sino, que vivirás ya en la práctica qué es ser un pastor según el corazón de Dios. En este sentido puedo decir, aquí se entiende el negarse así mismo para darse todo y totalmente a los otros. El tiempo libre del que hacías uso en el seminario, ya no es tuyo, es de las almas, es de la comunidad, es de la parroquia. Esto es aprender a morir a uno mismo para que otros tengan vida.

R.O. .: ¿Cuáles son las cualidades y virtudes que te representan?

A. L.: Ricardo, creo que no es muy cristiano hablar de sí mismo y menos destacando sus virtudes. Pero apelando al hecho de que esto es una entrevista que tiene como fin conocer al candidato, te digo, las cualidades que suelo ver en mí son: la sinceridad, el orden y la seriedad. Podrían ser más; podría alguien incluso pensar que no es así, pero esta es mi respuesta.

R. O.: ¿Qué sensación te acompaña a pocos días de tu ordenación?

A.L.: Esta pregunta me la hacían, el día de ayer, dos jóvenes de la parroquia. Y el chico me haló de la mano, me hizo la pregunta y él mismo se respondió: “me imagino que nervioso ¿no?” Y ciertamente eso es algo que todos vivimos cuando nos acercamos aún momento serio y determinante de nuestra vida, pues eso nos da un poco de miedo. Pero también el miedo acompañado de la alegría de este gran paso que doy. El recibir el diaconado es un acontecimiento que marca mi vida vocacional. Entonces, estoy muy contento, muy alegre; también he sentido la alegría de mi familia, de mis amigos y de todas aquellas personas que siempre me han acompañado.

R.O.: ¿Tienes alguna cita bíblica que resuma tu vocación?

A. L.:

Te elegí y te consagré, antes de que te formarás y antes de que salieran del vientre materno” (Jeremías 1, 5).

Estas son dos palabras que definen la vocación: te elegí y te consagré, y ambas van acompañadas de un ambiente vital, antes de formarte y antes de salir del seno materno.

Una vez supe, por boca de otro, una experiencia que mi mamá nunca me había contado, pero que si hacía referencia a ella cuando le preguntaban por la vocación de su hijo. A lo cual ella decía: él fue elegido desde el vientre, porque recordaba ella que el momento en el que me tuvo en el seno, experimentó, en momentos concretos, el deseo de apartarse a solas a orar. Sentía el anhelo de hablar con Dios y de pedirle por mí.  Descubrí y aprendí que yo era llamado y consagrado desde el seno de mi madre.

R. O.: ¿Qué consejo le darías a algún joven que quiere ser sacerdote pero que sufre la presión de su familia?

 A. L.: Ricardo, el llamado vocacional es algo que surge siempre de un ambiente familiar. Las vocaciones las dan las familias. En la mayoría de los casos, quienes se oponen son las familias. Entonces, qué tengo que decirle a un joven que hoy siente la llamada vocacional, pero el primer detractor es el papá o la mamá, quienes no contemplan porque no entienden la opción sacerdotal o la vida religiosa, pues: que sea testimonio para los demás jóvenes, pero también que se atreva, que eso no lo detenga, no lo frene. Pues, yo, por experiencia, lo digo. Particularmente, mi papá no quería que entrara al seminario, quería que estudiara una carrera primero y todo fue un proceso que me costó mucho, en la experiencia del seminario. También me costó mucha rodilla, orar mucho y hoy en día, mi papá es el que más me cuida, es el que está pendiente, me lleva a la parroquia, vuelve y me trae, es algo muy bonito. Pero en esas contradicciones que a veces uno encuentra de cara a la opción por la vocación, llámese: amigos, familiares, primos, etc., lo mejor es arriesgarse por el Señor. Animarse para responderle, que Dios mismo, a medida que uno va avanzando el proceso, le va dando solución.

Ocúpate de las cosas de Dios que él se ocupará de las tuyas.

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