“Hoy, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 1, 11)

¿Qué es la Navidad y qué actitudes suscita en nosotros?

Navidad significa la actualización del nacimiento de Jesús en nosotros. Aunque el interés comercial ha convertido esta celebración de fe en ocasión de jolgorio e intercambio de regalos, el centro de la Navidad es la Persona de Jesucristo. Y, por tanto, celebrarla significa abrir el corazón cada vez más a Él y a su Evangelio, de manera que la totalidad de nuestra vida sea expresión, prolongación y realización de la vida de Jesús en la historia.

Por la encarnación de Dios en la humanidad de Jesucristo, tenemos acceso al misterio de Dios y podemos, en lo más íntimo de nosotros mismos y en las relaciones que definen nuestra vida, sentir su presencia, acogernos a su gracia, experimentar su cercanía y darle visibilidad al Dios-compañero de los hombres y mujeres en el camino de la vida.

Quiero alcanzarlos a todos Uds, queridos samarios y magdalenenses, con la palabra y con el corazón, en su ambiente familiar, en su lugar de trabajo, en el seno de las comunidades parroquiales y en el lugar en el que se encuentren, para decirles: ¡Siempre hay motivo para la esperanza porque el Señor está con nosotros! Y precisamente por esta realidad que colma nuestro corazón, la esperanza que viene de Él nos convoca a la apertura consciente a su gracias para que Él moldee nuestra vida según su amor y su gracia. Sólo así podremos aportar el verdadero cambio que todos esperamos: una ciudad más conforme al querer de Dios que no tolere injusticias, que no permita que la corrupción y la incompetencia nos arrebaten oportunidades de progreso común, que no acepten sin más em empobrecimiento de tantos y que, además, abra horizontes de vida nueva para todos.

¡Dios está con nosotros! Las promesas acerca de la venida del Señor se cumplen e, incluso, superan las expectativas. No sólo vino la salvación de Dios, sino que Dios mismo asumió condición humana y, desde entonces, todo lo humano está penetrado de la presencia divina. Todo lo nuestro tiene la densidad de la bendición divina.

Somos invitados por Dios, en cada Navidad, a unir nuestra voz a la de los humildes pastores, para alabarlo y glorificarlo. Son ellos, los pastores, pobres de aquel tiempo que representan a los pobres de siempre, y, por eso mismo, testigos sensibles a la manifestación de Dios en la humildad del pesebre, los que mejor nos permiten contemplar este misterio y entrar en él con un corazón despojado de sí mismos pero abierto a la novedad de Dios en su Hijo encarnado. Si evitamos el camino de la humildad, nos extraviamos. A Jesús hay que buscarlo donde Él se encuentra, en la pobreza, en la fragilidad y en la vulnerabilidad de los hombres, sin cerrarnos a las sorpresas del Padre que siempre nos anticipa, nos interpela y nos cuestiona.

Desde la primera navidad sabemos que al Salvador se le encuentra en cada persona y en cada acontecimiento: “La Palabra de Dios nos enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros” (EG, 179).

Que surja, entonces, en esta Navidad, el himno de alabanza a Dios en el Hijo que nos trae la paz. Brote en nosotros hoy y siempre la alabanza a Dios. Reconozcamos a Dios presente en el mundo de hoy, en los territorios de las Diócesis de Santa Marta y de El Banco.  Permanezcamos atentos a las realidades concretas en las que Él nace hoy y busquemos transformarlas según el Evangelio para que crezcamos en humanidad, en el respeto a la dignidad de todos, porque somos hijos del mismo Padre. ¡Crezca la fraternidad que se expresa en los saludos y augurios que nos hacemos en estos días!

Ante las expectativas que suscita el inicio de nuevos períodos de gobierno en nuestros municipios, también dirigimos nuestra mirada al Señor de la historia y le suplicamos que todos los que han recibido la confianza de sus pueblos y han resultado elegidos estén a la altura de los desafíos que asumen. A pesar de tener en sus gentes su mayor riqueza y de contar además con muchos recursos humanos y naturales, somos uno de los departamentos más pobres del país. Y, sin embargo, los males que nos aquejan superables con voluntad política y con trabajo honesto. Enfrentamos situaciones que francamente deberían haber sido superadas hace mucho tiempo: nuestros campesinos no tienen vías de comunicación dignas, por eso, cada viaje hacia la Magdalena profunda es sufrido a cualquier época del año; la educación de las nuevas generaciones no posee una calidad suficiente para suscitar cambios sociales profundos y a largo plazo; las condiciones de salubridad en gran parte de nuestra población son muy limitadas e impiden una buena calidad de vida; los valores familiares y culturales piden de nosotros un compromiso serio para preservar la vida y permitir una convivencia armónica; el sentido de pertenencia y de cultura ciudadana pide una decisión a fondo de parte de todos; y, además, nuevas formas de vieja violencia amenazan con perturbar la tranquilidad de todos con lo que eso trae de miedo entre la población y de mayor atraso para nuestras comunidades. Así que, ante estos signos de un mundo cerrado -como dice el Papa Francisco en Fratelli Tutti, su carta encíclica sobre la fraternidad y la amistad social– debe brillar la luz inagotable de la Navidad del Señor. Sólo en Él encontramos la inspiración, la fuerza y la perseverancia para abrir caminos de paz y de progreso común en nuestra amada Santa Marta y en nuestro querido Magdalena.

Así que, queridos hermanos, desde las Diócesis de Santa Marta y de El Banco, queremos asumir un compromiso profundo con el Señor para poner toda nuestra vida al servicio de los hermanos. Y nuestro mayor servicio es la evangelización, el anuncio de Jesucristo, para que Él sea vida plena para todos. En ese propósito, quiero confiar a la oración de todos un proyecto ya puesto en marcha en la Diócesis de Santa Marta: queremos juntos construir un nuevo Plan pastoral diocesano que nos permita hacer más eficaz nuestra misión, darle una identidad propia a nuestra Iglesia Particular y responder a los desafíos de nuestro tiempo. Para eso queremos recorrer un camino de tres etapas: de la escucha, del discernimiento y de la decisión. Que el Señor nos acompañe y que nosotros estemos atentos a tomar parte en este llamado del Espíritu a nuestra Iglesia.