Maestros como el MAESTRO 

Por P. Dagoberto Rodríguez, Vicario de Pastoral

“Ustedes saben que quienes figuran como jefes de las naciones, las gobiernan tiránicamente y que sus dirigentes las oprimen; no debe ser así entre ustedes. El que quiera ser importante entre ustedes, que sea su servidor” (Mc 10, 42-43).

El verdadero maestro es Docente, porque sabe transmitir y comparte lo que conoce, pero es también profesor, porque profesa un conocimiento en un campo del saber; da un paso adelante, posee pasión por lo que enseña, amplía su círculo de funciones para compartir otras facetas de su profesión con los estudiantes; pero el maestro va más allá, pues sabe que su rol se ha originado en una auténtica vocación de servicio. 

Por eso comparte lo mejor de si mismo con sus estudiantes, no solo a nivel de conocimientos, sino sobretodo animando y convenciendo con su testimonio de vida. Es amigo exigente y compañero de camino en esa “paideia”, en ese “educere” que busca generar más preguntas que respuestas; promueve el discernimiento y el “no tragar entero”. El maestro es un ser que impacta de por vida la vida de sus estudiantes, porque comparte con ellos las experiencias de la vida misma, con sabiduría y no solo con ciencia henchida y fatua. 

El maestro es, en palabras de la sabiduría popular, un “viejo lobo de mar” ese que “late echado”, y que sus discípulos siempre recordarán porque dejó una huella, una impronta indeleble en sus vidas. Ningún poder, es poder, sin el poder del saber. Ustedes queridos maestros, son los que detentan tal poder, pero debe ser éste un poder desde el servicio, desde el respeto y el reconocimiento de la dignidad de la persona humana. La escuela pues, que enseña, solo contenidos y no conocimientos, opera como aliada de los dominadores. Se trata entonces de armar cada mente, no para un combate, sino para una defensa acérrima de la vida a través del conocimiento. 

Lyotard, pensador posmoderno dice que el saber no se reduce a la ciencia ni al solo conocimiento. Se trata de un “saber – hacer”, un “saber -escuchar” y un “saber -vivir”; y en este punto del saber vivir, debemos apuntar a la dirección correcta en la reelaboración de un sistema que pueda operar con los principios del evangelio de la vida. Necesitamos establecer consensos, como lo afirma Michael Serres, que nos lleven a un “mejor estar” en torno a una acción comunicativa, pero advirtiendo, además que el diálogo y el consenso, libres de la acción, seguirán siendo para la posteridad, los mismos viejos escalones de la ignorancia. Educar, pues, es más que enseñar a leer o escribir o a calcular, es, PREPARAR PARA LA CRÍTICA, para vivir en el mundo y sobre todo, PARA TRANSFORMARLO, por eso el verdadero maestro, es un perfecto apasionado, es aquel que no ha perdido la capacidad de asombro y admiración, elementos primitivos en la búsqueda del “arjé” de la realidad; en palabras nuestras, es aquel que no ha perdido las ganas, puesto que es ese deseo de cambiar la realidad, lo que nos hace sentir vivos como maestros.