- Por: Ricardo Villa Sánchez
La conmemoración de los 500 años de Santa Marta no es solo un ejercicio de memoria, sino una invitación a desarmar la palabra para descubrir lo que guarda en su raíz: comunidad, dignidad y esperanza. Recordar no es repetir; es abrir la historia y dejar que hablen sus silencios, especialmente los de los pobres y excluidos que también levantaron esta ciudad.
El conversatorio “Iglesia católica y sociedad: 500 años de fe, evangelización y cultura” nos recordó que la fe y la historia tienen sentido solo cuando se hacen cuidado de la casa común: agua potable para los barrios, educación pública de calidad, inclusión de pueblos indígenas y afrodescendientes, acogida de migrantes y reconciliación nacional. Santa Marta no puede seguir pensándose desde la nostalgia colonial, sino desde la opción por los pobres que inspira al Evangelio y que hoy se traduce en justicia social, cuidado de la vida y paz con dignidad.
El Cardenal Luis José Rueda insistió en que la fe es identidad y esperanza; el Obispo José Mario Bacci planteó que el jubileo abre caminos para un turismo religioso sostenible y cultural. Pero el turismo de fe no puede reducirse a cifras: es peregrinación, es encuentro, es caridad que se hace hospitalidad con quien llega cansado a nuestras calles o busca en la Sierra Nevada un corazón espiritual. Allí, la Iglesia tiene el reto de caminar junto a comunidades y Estado, con la certeza de que la reconciliación y la justicia restaurativa son frutos de fe viva, esperanza activa y caridad concreta.
Este aniversario puede ser semilla de un nuevo pacto entre Iglesia, Estado y ciudadanía: un pacto que traduzca la memoria en oportunidades y que haga de la fe un gesto de solidaridad cotidiana. Como enseñó el papá León XIII, en el pasado, la dignidad humana debe estar en el centro de todo proyecto social. Y como recuerda ahora y reafirma, el Papa León XIV, “la fuerza necesaria para construir juntos la ciudad de Dios viene de lo alto; es un don de Dios que se nos entrega como regalo y como responsabilidad. Es su Espíritu, simbolizado en la imagen del agua viva, el que debe permear nuestras acciones, y nos toca a nosotros construir las acequias, los puentes y las redes para que la alegría corra por ellas y a todos llegue la bendición de Dios”.
Santa Marta, con su Catedral como símbolo de memoria y su Sierra Nevada como guardiana espiritual, puede ser faro de fraternidad en el Caribe. A 500 años, más que nostalgia necesitamos esperanza: la certeza de que un futuro de dignidad y paz está en nuestras manos.
La memoria deja de ser ancla y se convierte en brújula cuando nos impulsa a escribir juntos la historia, desde abajo, con voces diversas y compromisos compartidos. El jubileo abre la posibilidad de que esta ciudad muestre cómo la fe, la cultura y la política pueden caminar de la mano. Que Santa Marta sea puerto de encuentro, laboratorio de justicia y signo vivo de reconciliación.
Que fe, esperanza y caridad no sean palabras abstractas, sino caminos concretos para los próximos quinientos años de nuestra casa común. De nuestra Santa Marta, siempre parte de todo y para todos.
Bogotá, D. C., 7 de septiembre de 2025.