PASTORAL SACERDOTAL

Por. Mons. Dairo Navarro Escobar 

Puesto que “toda vida es un camino incesante hacia la madurez, y esta exige la formación continua”, el obispo acompaña a sus sacerdotes en su camino de formación permanente e integral. Así les ayuda a “reavivar el carisma que Dios ha puesto en ellos” (2Tim 1,6), a poner “más empeño en ir confirmando el llamamiento y la elección” (2Pe 1,10), y los sostiene en “la fidelidad al ministerio sacerdotal” y en el “proceso de continua conversión”. Es misión del obispo “ayudar a sus sacerdotes, de todos los modos posibles, guiado por una caridad sincera e indefectible, para que aprecien la sublime vocación sacerdotal, la vivan con serenidad, la difundan en torno a ellos con gozo, desarrollen fielmente sus tareas y la defiendan con decisión, La conferencia de Aparecida señala estos deberes del obispo respecto a sus presbíteros: “En virtud de la íntima fraternidad, que proviene del sacramento del Orden, tenemos el deber de cultivar de manera especial los vínculos que nos unen a nuestros presbíteros y diáconos”; “para todo el Pueblo de Dios, en especial para los presbíteros, buscamos ser padres, amigos y hermanos, siempre abiertos al diálogo. 

Su misión es la de acompañar al presbiterio y a los diáconos permanentes en su proceso dinámico de conversión y renovación continua, fomentando la fraternidad sacramental de los presbíteros y propiciando su formación permanente, a fin de que vivan su servicio pastoral, como discípulos y apóstoles de Jesucristo, en la alegría y la expansión espiritual y humana.

 

OBJETIVO DE LA PASTORAL SACERDOTAL

La inspiración fundamental de la Pastoral Sacerdotal se encuentra en el misterio de Jesús Buen Pastor (cfr Jn 10, 10-18) quien, en su amor, acompaña y forma a sus apóstoles para enviarlos como testigos de su caridad en el mundo. A la luz de este misterio, los decretos conciliares Presbyterorum Ordinis y Christus Dominus (ChD), la exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis y los Directorios para el ministerio pastoral de los obispos, de los presbíteros, y de los diáconos, expresan que la caridad pastoral es el fundamento y el objetivo central de la pastoral sacerdotal. Este objetivo se desarrolla cuando el obispo acompaña, en la amistad y la fraternidad, a sus presbíteros y diáconos, y labora en su formación continua. Viviendo así la caridad pastoral para con ellos, el obispo comunica y hace crecer en ellos dicha caridad. Siendo el objetivo, la

caridad pastoral es a la vez la inspiración de las diferentes acciones de acompañamiento y de formación continua, llevadas a cabo por la Pastoral Sacerdotal. 

“Pastores Dabo Vobis” (23) define la caridad pastoral como “el principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo cabeza y pastor”, “la virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio”; por consiguiente, la fuente de la caridad pastoral es el amor por Jesucristo (cfr Jn 21, 15-18): “solamente si ama y sirve a Cristo, cabeza y esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del amor y del servicio del sacerdote…” (PO 14). El ministerio pastoral es “amoris officium ” hasta “dar la vida por la grey” en la medida en que dicho amor “fluya del sacrificio eucarístico…centro y raíz de toda la vida del presbítero” y en la medida en que “el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial” ( PO 14). Hablando de la caridad pastoral del presbítero, “Aparecida” dice: “El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal anima y unifica su vida y ministerio” (DAP 198).

Expresando la propia caridad pastoral hacia sus presbíteros, el obispo los acompaña, en la amistad y el diálogo, para ayudarles a crecer y madurar en su humanidad, en su fidelidad a la gracia y en su caridad pastoral. Como dice Pablo VI, “Si un obispo concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales en formar y en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonesta, en confortar a su clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad” (Medellín, discurso inaugural de Pablo VI, p. 14). Es un acto de comunión fraterna, que se origina en la comunión con el Señor y hace resplandecer el misterio de comunión de la Iglesia. Entoces, el acompañamiento fraterno del obispo a sus sacerdotes estrecha entre todos ese “vínculo de la perfección”, que es la caridad y realiza el deseo vehemente del Señor: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21).

La comunión y fraternidad sacramental del obispo y los presbíteros es el fundamento y el primer signo de la caridad pastoral que ellos prodigan, en nombre y en representación del Buen Pastor, a la comunidad eclesial. Realizando este signo, obispo y presbíteros se sirven mutuamente, fortalecen su ser y su quehacer sacerdotal, viven la fraternidad sacramental y crean así la base sólida de la comunión eclesial y humana, de la que deben ser sujetos y servidores en su ministerio: “Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio” (Pablo VI Ecclesiam suam citada en PDV 74).

A la luz de lo anterior, se puede describir la Pastoral Sacerdotal como un medio por el cual el Obispo, y con él, el presbiterio entero, amplía y potencia su acompañamiento a los sacerdotes, en todas las etapas, problemas y circunstancias de la vida y particularmente en los momentos críticos y difíciles que puedan presentarse, haciendo crecer en todos la caridad pastoral y el gozo de ser colaboradores de la misión del Señor al servicio de su pueblo.

 

Propósitos básicos de la Pastoral Sacerdotal

La Santidad 

Acompañar a los hermanos sacerdotes en la búsqueda de ser auténticos y fieles discípulos del Señor “Corramos con constancia en la competición que se nos presenta, fijos los ojos en el pionero y consumador de nuestra fe” (Heb 12,2). La búsqueda de la santidad exige y conlleva la unidad de vida del presbítero.

La unidad, la comunión y la fraternidad

A partir de la adhesión a la Persona de Jesucristo (“Permaneced en mí y yo en vosotros…quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto…” Jn 15, 4.5), buscar la unidad de todos los presbíteros en torno a su obispo, entre sí y con toda la Iglesia. “La falta de unidad representa un escándalo, un pecado y un atraso del cumplimiento del deseo de Cristo” dice Aparecida (DAp 227).

Crear las condiciones para que los sacerdotes se reconozcan y vivan como hermanos en Jesucristo. La unidad de vida en la existencia de cada presbítero posibilita la caridad y la fraternidad sacramental y lo hace instrumento eficaz de comunión.

La formación permanente

Generar espacios para que los presbíteros crezcan integralmente hasta alcanzar la madurez de Cristo Buen Pastor, en las distintas dimensiones de la formación, conforme a la exhortación de Juan Pablo II: “El obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico” … “Es fundamental la formación permanente de los presbíteros, que para todos ellos es una vocación en la vocación, puesto que con la variedad y complementariedad de los aspectos que abarca tiende a ayudarles a ser y a actuar como sacerdotes al estilo de Jesús” (PG 47).

Formación humana

Mirando a Jesús, “Hombre Verdadero”, y teniendo en cuenta aquello de que “para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre integral, es necesario conocer a Dios” (Pablo VI, “El valor religioso del Concilio, Alocución del 7 de diciembre en la Basílica Vaticana, sesión pública con que se clausuró el Concilio ecuménico Vaticano II), la formación permanente ayuda al presbítero a vivir como hombre entre los hombres, creciendo y profundizando en humanidad, en su afectividad y sensibilidad humana, según el plan de Dios, para poder comprender a sus hermanos y compadecerse de ellos, al estilo del sumo sacerdote “compadecido de nuestras flaquezas…probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15) (PDV 72). Al estilo del Verbo que se hizo hombre y hermano, el presbítero vive su ministerio como “hermano entre hermanos” (PDV 74), con sensibilidad y cercanía, procurando ser, desde su propio modo de existir, “experto en humanidad”, como se llamó a sí mismo el Santo Padre Pablo VI (Alocución a los representantes de los estados en la ONU (N° 3) 4 de octubre de 1965) y testigo del “humanismo pleno” del Evangelio. La caridad de Cristo, su castidad, su pobreza, su amor de ágape, unifican el ser, el trabajo, las relaciones y la afectividad del presbítero, lo que requiere de una conversión y de una formación continua. “Amense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34; 15,17).

Formación espiritual

 Mirando a Jesús, hombre poseído por el Espíritu y que da el Espíritu sin medida (cfr Jn 1,33; 7,39; 16,7), la formación permanente busca consolidar la configuración del sacerdote con Jesucristo cabeza y Pastor, para que personalmente, “mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo”, realice  la “vida según el Espíritu” y el “radicalismo evangélico” (PDV 72) a los que está llamado.

“Uno de los primeros deberes del obispo diocesano es la atención espiritual a su presbiterio: el gesto del sacerdote que, el día de la ordenación presbiteral, pone sus manos en las manos del obispo prometiéndole ‘respeto y obediencia filial’, puede parecer a primera vista un gesto con sentido único. En realidad, el gesto compromete a ambos: al sacerdote y al obispo. El joven presbítero decide encomendarse al obispo y, por su parte el obispo de comprometer a custodiar esas manos” (PG 47). 

Formación intelectual

Con la mirada fija en Jesús, “Sabiduría” del Padre y “Único Maestro”, los sacerdotes debemos fomentar el “estudio” y la “actualización cultural seria y comprometida”, especialmente “teológica”. La formación permanente fortalece aquel conocimiento profundo y existencial de Jesucristo que da autoridad y calidad al ministerio profético (PDV 72). Cuidar la “preparación cultural e intelectual” es un deber del pastor (cfr DI Aparecida p 20).

Formación pastoral

Fijando los ojos en el Buen Pastor, Modelo de los pastores, trabajar por que el sacerdote sea signo e instrumento eficaz del Buen Pastor por su caridad pastoral, es el objetivo fundamental de su formación permanente: “Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote. La caridad pastoral es un don y un deber, una gracia y una responsabilidad, a la que es preciso ser fieles…” (PDV 72). La caridad pastoral nace de la experiencia que el sacerdote hace del amor de Cristo por él y es su respuesta de amor a Jesucristo y a sus hermanos (cfr Jn 21, 15-19); movido por este amor, el presbítero “cuida del rebaño de Dios que tiene a su cargo, no por obligación sino de buena gana como Dios quiere”; tampoco por sacar dinero sino con entusiasmo, no tiranizando a los que les han confiado, sino haciéndose modelos del rebaño” (1Pe 5, 2-3) . Así, el sacerdote da “unidad interior” a su vida, evitando la dispersión, el activismo y la reducción de su ministerio a un simple “empleo”, a ser el funcionario de una organización. Es la caridad pastoral lo que hace del sacerdote un hombre pleno, servidor feliz del Evangelio y de la Iglesia, discípulo, apóstol y testigo de Aquel que es la Vida y fuente del gozo verdadero (cfr Jn 13,17; 16, 20.22)

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