SÍNODO EN MESAS REDONDAS

El Sínodo empezó en mesas redondas. “Las formas también importan”, dijo a propósito Monseñor José Mario Bacci, a sus sacerdotes a través de un mensaje por WhatsApp. Significa que no es lo mismo hablar desde la ventana de la Plaza de San Pedro vía satélite, que sentados de tú a tú en mesas redondas.

El estilo piramidal quedó superado. Queda claro que entró en uso el modelo de “comunión – participación”, planteado en la década de los 60 por el Concilio Vaticano II, que afirma la importancia de la Iglesia como Pueblo de Dios, donde entra en juego el esquema de “Conversación Espiritual”, como un método de discernimiento comunitario.

Ya en la pasada Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano del mes de julio, esta metodología fue usada por los obispos para comprender y trabajar sobre la misericordia. Aquí es evidente una experiencia compartida de escucha desde la voz del Espíritu, que dispone en oración para discernir lo que Dios comunica a través de la Palabra, la vida y el testimonio de los hermanos.

No es la forma tradicional donde habla el Papa, el cardenal, el obispo, el sacerdote o un teólogo especializado en determinado tema, desde un ambón con un micrófono a todo dar y un vasito de agua para refrescar e hidratarse de vez en cuando. En mesas redonda, todos escuchan y todos hablan, se miran a los ojos, toman apuntes, escriben, borran y vuelven a escribir lo que el Espíritu les comunica.  

En consecuencia, según el Papa Francisco la principal tarea del Sínodo es “centrar la mirada en Dios, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”. Esto nos vuelve a la fuente y razón de ser de la Iglesia, la cual existe para evangelizar, reflejar el amor compasivo de Dios a la humanidad. Ahí juega un papel importante la capacidad de escucha al hermano.

Asumamos por tanto lo que dice Francisco: “somos una Iglesia unida y fraterna, que escucha y dialoga; que bendice y anima, que ayuda a quienes buscan al Señor”. Una Iglesia que escucha sentada en mesas redondas para salir levantada (resucitada) a anunciar el amor de Dios.

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