Jesucristo, Rey misericordioso

Oración:

Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar, y perfección al acabar, amén.

 

Texto Bíblico: Mt 25, 31-46.

Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’.

Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’. Y el Rey les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.

Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’. Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’. Y él les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo’. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

Palabra del Señor.

 

Preguntas para reflexionar personalmente o en grupo:

  • ¿El hijo del hombre es Rey?
  • ¿Cuál es la manera de juzgar de este rey?
  • ¿Quiénes son los que entran en el Reino?
  • ¿Quiénes se quedan fuera?
  • ¿En el fondo, cuándo el creyente hace una buena obra, a quién se la hace?

 

Reflexión

Al término del año cristiano se nos presenta una solemnidad de Jesús que enmarca el sentido de este domingo último: Cristo Rey del Universo. Herodes, al comienzo de la vida del Señor, y Pilato al final, cada uno desde sus intereses, tuvieron miedo de este Jesús Rey.

Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y desgranando como un auténtico servicio: reinar para servir.

El juicio final del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente dibuja Ezequiel en la 1ª lectura (Ez 34,11-16). Es la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después. ¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó?

Pero este juicio misericordioso no sólo tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque la vida nueva consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la parábola de este Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.

Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre nuestra fe y nuestra vida cristiana, pero no al modo pagano: «por si acaso viene Dios y nos descubre». Dios no es ese inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se trata de esquinar.

El juicio final está continuamente anticipado en lo cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso intensivo, habiendo vivido alejado de Cristo el resto de la vida. De la misma manera que cuanto decimos y hacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en el amor al prójimo: «os aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis»

Reflexión del Papa Francisco: ¿Cómo realizó Jesús su reino? Lo hizo con la cercanía y la ternura hacia nosotros. Él es el pastor, de quien habló el profeta Ezequiel. Todo el pasaje está entrelazado por verbos que indican la premura y el amor del pastor hacia su rebaño: buscar, cuidar, reunir a los dispersos, conducir al apacentamiento, hacer descansar, buscar a la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar a la herida, fortalecer a la enferma, atender, apacentar. Todos estas actitudes se hicieron realidad en Jesucristo: Él es verdaderamente el «gran pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas».

 

Reflexión personal

  • ¿Eres una persona bondadosa con el que sufre?
  • ¿Ayudas al prójimo por amor a Dios?
  • ¿Tienes clara la manera presentada por Jesús para heredar el Reino de Dios?

 

¿Qué compromisos puedo hacer?

  • «Conmigo lo hicisteis…», »Señor, ¿Cuándo te vimos…? Ejercítate en reconocer la presencia de Dios en los hermanos, sobre todo en los más débiles, los más pobres, en el que te molesta?
  • Localiza quiénes necesitan cerca de ti ayuda, ¿qué necesitan, en qué les puedes ayudar? y disponte a ayudarlos.
  • A partir de hoy, proponte vivir tu vida fe de forma más comprometida y ser testigo con tu vida del Amor de Dios.

 

Oración final:

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste restaurar todas las cosas por tu amado Hijo, Rey del universo, te pedimos que la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado, te sirva y te alabe eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.