“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”

Oración:

Señor, te damos gracias porque nos reúnes una vez más en tu presencia. Señor, tú nos pones frente a Tu Palabra, ayúdanos a acercarnos a ella con reverencia, con atención, con humildad. Envíanos tu espíritu para que podamos acogerla con verdad, con sencillez, para que ella transforme nuestra vida. Que tu Palabra penetre en nosotros como espada de dos filos; que nuestro corazón esté abierto, como el de María, madre tuya y madre nuestra. Y como en ella la Palabra se hizo carne, también en nosotros esta Palabra tuya se transforme en obras de vida según tu voluntad. Amén.

 

Texto Bíblico: Juan 15, 9-17.

Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.”

Palabra del Señor.

 

Preguntas para reflexionar personalmente o en grupo:

¿Qué versículo, frase, palabra ha llamado especialmente tu atención? ¿Qué sentimientos despierta en ti? ¿Qué querrá decirte Dios con ello en este momento concreto de tu vida?

 

Reflexión

El pasaje evangélico de este domingo es una perfecta continuación de la semana pasada. No sólo en cuanto al tema, sino también en los versículos de la liturgia. Hace ocho días, el Evangelio nos ofrecía para nuestra meditación la bella alegoría de la Vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8). Y hoy la Iglesia nos presenta la aplicación de ese discurso: cómo podemos vivir unidos a Cristo para ser buenos sarmientos y buenos amigos suyos (Jn 15, 9-17).

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor”, nos dice nuestro Señor. Al meditar en la alegoría de la Vid, sentíamos la necesidad apremiante de permanecer unidos a Jesús para tener vida y para llevar frutos de eternidad. Y ahora el Señor nos va a mostrar el camino: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). El modo de vivir unidos a Él es por medio del amor. Pero un amor hecho obras, real y operante. Un amor de puras palabras o discursos bonitos es un amor platónico y vacío por dentro. Un amor de puros sentimientos, propósitos y buenas intenciones es falso, engañoso y estéril. No es real. Es una farsa y una pantomima. Ya lo decían nuestros abuelos con una expresión muy plástica: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. No bastan los “quisieras” para ser buenos cristianos y verdaderos discípulos del Señor. Se necesita un “quiero” rotundo, operante y con todas sus consecuencias.

Se cuenta que, en una ocasión, le preguntó la hermanita pequeña a santo Tomás de Aquino, cuando todavía éste era muy joven: “Oye, Tomás, ¿qué tengo yo que hacer para ser santa?”. Ella esperaba una respuesta muy complicada y profunda; pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”. Querer. Pero quererlo de verdad; o sea, poniendo todos los medios para lograrlo, con la ayuda de Dios; que las obras y los comportamientos respalden y confirmen luego nuestros propósitos. La sabiduría popular lo ha condensado en la conocidísima sentencia: “Obras son amores…, que no buenas razones”. Y “del dicho al hecho, hay mucho trecho”. ¡Tenemos que acortar ese trecho para mostrarle al Señor que de verdad le amamos con las obras! Así lo hizo Él: “lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Sólo así construiremos nuestra casa sobre roca, y no sobre arenas movedizas (Mt 7, 21-27).

Pero el Señor nos concreta aún más el camino. Si cumplimos sus mandamientos -nos dice- permaneceremos en su amor. ¿Y cuáles son sus mandamientos? “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. ¡La caridad hacia el prójimo!

Durante su vida pública nos dijo muchísimas veces que “el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”, y que no había un mandamiento mayor que éste (Mc 12, 29-31). La caridad es el centro de las bienaventuranzas y de toda su doctrina: “Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque en esto consiste toda la Ley y los Profetas”(Mt 7,12). En esto resume toda su enseñanza. Y no sólo nos lo dijo con su predicación, sino que así nos lo demostró con sus obras: siempre amando, sirviendo, curando, perdonando, acercando a los hombres a Dios, predicando el amor con sus palabras y, sobre todo, con sus actitudes y comportamientos hacia todas las personas. “Pasó haciendo el bien” resumió san Pedro la vida del Señor (Hech 10,38).

La caridad es el núcleo de la Buena Nueva, de todo el Evangelio. Éste es SU mandamiento nuevo, el signo distintivo por el que todos reconocerían a sus discípulos (Jn 13, 34-35). Y es tan fundamental este precepto del amor al prójimo que ésta será la principal materia del juicio final: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). San Juan de la Cruz, comentando este pasaje, afirma con cierto aire de poesía: “En el atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor.”

 

Reflexión personal

  • ¿Soy consciente del amor que Jesús me profesa sin esperar nada a cambio?
  • ¿Soy consciente de que es el mismo amor que el Padre tiene hacia Jesús?
  • Permanecer en el amor de Cristo es amar a los hermanos como Jesús nos ama a nosotros; lo cual implica, si fuera necesario, dar la vida por los demás. ¿Qué implica para mí amar de esa manera?
  • Jesús nos llama a cada uno de sus seguidores amigos. ¿Verdaderamente siento que soy amigo de Jesús? ¿Cultivo dicha amistad? ¿De qué manera?
  • Jesús nos ha elegido a cada uno para una misión. Reflexiona acerca de esta elección y sobre la misión que Jesús te ha encomendado.

 

¿Qué compromisos puedo hacer?

  • Jesús dice «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». Empieza a comunicar la alegría de Jesucristo Resucitado a los que te rodean, empieza por ti mismo.
  • Jesús nos invita a permanecer en su amor guardando sus mandamientos. Haz el propósito de vivir en gracia de Dios permanentemente.

 

Oración final:

Señor, hoy me llamas a permanecer en tu amor, a actuar y ser como Tú, a asumir tu estilo de vida. Derrama tu gracia sobre mí, para amar y actuar como Tú.

Transfórmame, Señor, para saber abrirme a los demás, pensar en el otro y darme totalmente sin esperar nada a cambio. Dame la gracia de amar como Tú lo has hecho.

Gracias, Señor, por derramar tu amor en mi vida, por escogerme para continuar tu amor en los otros, por el amor de predilección que me tienes. Gracias, Señor.