- Por: Ricardo Villa Sánchez
El Papa Francisco I, Jorge Mario Bergoglio, a sus 88 años nos dejó para siempre en este mundo, en el albor de la Pascua, en un momento de escucharnos, pensar y actuar juntos. Siempre quise verlo en persona, escucharlo, y mucho oré por su salud y por sus intenciones. Lo intentamos como familia en dos ocasiones, la primera vez, aquella tarde de brisa fresca, frente al Mar Caribe en Cartagena en 2017 y una noche lluviosa de navidad en Roma, en 2021.
Cuando vino el Papa Francisco, viajamos todos en familia a Cartagena a su misa campal. Esperamos todo el día, viendo las decenas de grúas en el puerto de “La Heroica”, tomando agua en bolsa y comiendo los sánduches de carne de “diablo”, que había hecho mi madre. Al final de cuentas después de su emotiva homilía, que nos conmovió hasta las lágrimas, con la que culminó su visita, conversándonos sobre la Dignidad de la Persona y los derechos humanos. Allí expresó que es necesario generar «desde abajo» un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida y del encuentro. Al final de cuentas sólo pude ver su mano izquierda alzada y la cola de su sotana, a lo lejos, cuando recorrió el lugar, en su papamóvil.
Con sus palabras en Cartagena, que aún resuenan en mi mente y en mi corazón, como una vivencia sin igual, resumió su gesta renovadora, habló de las víctimas, de que no hay que dejarse carcomer por la cizaña, o ponerse la camisa de los desvalidos, promover la esperanza de paz, superar los conflictos, las guerras, las violencias, las persecuciones por creencias, color de piel, región, tierras, elecciones y comportamientos diversos, por lo que nos clamó para que sea una responsabilidad de los cristianos, aliviar la situación de los oprimidos, defender y promover las garantías y derechos humanos, es más, proteger a los líderes religiosos y espirituales, que, parece obvio, también son líderes sociales. Habló de cuidar nuestra Casa Común, la Tierra, que, en nuestro caso, sería conservar el corazón del mundo: la Sierra Nevada de Santa Marta.
La despedida del Papa Francisco I de la humanidad, fue dejando un mensaje y legado de dignidad, y compromiso con los más débiles. Un ser único, líder universal que estaba a tono con los paradigmas de nuestra época y buscaba ver más allá. No como algunos líderes locales y nacionales que se resisten al cambio, que aún ven a la política y la vida, un siglo atrás.
Ojalá las escuchen, los que aún los carcome el sectarismo, los que miran por debajo del hombro, los guerreristas, los autoritarios, los que se les sube el poder efímero a la cabeza, o los que creen que se las saben todas, con total egoísmo, ambición y envidia.
Como lo resume el padre Francisco de Roux, en el artículo en honor de Francisco, él pidió pasar de la “guerra justa” a la paz justa, escuchando el doblar de las campanas, cuando dejó claro que el que mata a un ser humano es como si hubiera matado a toda la humanidad. Quizás por esto, nos afirmó también Francisco en su visita:
“Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro llevando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre.
Me he repetido su última homilía en Roma, su despedida de la humanidad. En realidad, no nos envió mensajes cifrados, sino contundentes de esperanza, como cuando dio esa bendición extraordinaria al mundo en la pandemia del coronavirus.
También quisimos verlo allá en Roma en la Navidad de 2021, que fuimos a la celebración litúrgica y bendición urbi et orbi, en la Plaza de San Pedro. Sólo pudimos verlo entre el sereno de aquel invierno, a través de una pantalla, como intentamos escucharlo siempre los domingos, en sus mensajes cotidianos, que transmitían por televisión, desde Ciudad de El Vaticano. También aquella noche fría, sentimos su fuerza, desde el pesebre latinoamericano que conmemoraba a nuestra gente, el monumento a los inmigrantes, y la fuerte energía espiritual sanadora de este lugar sagrado.
El Papa Francisco, siempre abogó por la paz en Colombia. Ojalá el Clan del Golfo y las demás organizaciones armadas, con estructuras de dominación en territorio, como los Conquistadores de la Sierra, en honor a su memoria, dejen sus contradicciones bélicas, vuelvan a apostarle a la reconciliación, quizás, ojalá pactaran una tregua por las disputas territoriales de las rentas criminales, en el corredor entre la Sierra Nevada de Santa Marta y el mar o la frontera norte de Colombia con Venezuela y con la cuenca del Caribe.
Hay que seguir dialogando, e interiorizando los mensajes de cambio que nos dejó el Papa del Sur profundo. Como la frase que le atribuyen a Castro, y se volvió un mito latinoamericano, que al parecer nunca dijo, que el imperio vendrá a dialogar con nosotros cuando el país del norte tenga un presidente negro y haya en el mundo un Papa latinoamericano. Y así fue… y acá llegamos a tener un presidente costeño, de avanzada, que habla como cachaco, y les baila el indio, a arrodillarse a la oligarquía y a las potencias mundiales.
Seguro también esto se volverá un mito, como algunos piensan que el legado progresista lo es, o Allende, o el padre Camilo Torres, o El Che, o Bateman, y, quién sabe si en el futuro lo será Francisco, como terminó siendo el Coronel Aureliano, en Macondo, para los amigos del último de la estirpe de los Buendía, condenada a cien años de soledad, pero, que, si nuestra respuesta sigue siendo la vida, aún habrá esperanza, en una segunda oportunidad sobre la tierra, en la que valoremos la vida en común y soñemos con un proyecto que incluya a todos.
Gracias Papa Francisco. Descansa en Paz.