El Rosario: «arma poderosa» que nos une a la victoria de Cristo

Una constante en la historia de la humanidad han sido las guerras y los conflictos. Los tiempos que vivimos no son la excepción; aunque pareciera que vivimos «en paz», para nadie es un secreto que estamos inmersos en luchas y enfrentamientos: unos están más lejos de nosotros y tal vez otros nos afectan más directamente.
Justo en una batalla, en Lepanto (7 de octubre 1571), se consiguió la victoria frente a unos invasores cuyas posturas pondrían en peligro la fe cristiana. Esa victoria se alcanzó gracias a que el Papa Pío V pidió que toda la Iglesia rezara el Rosario. Por ese motivo fue instaurada la fiesta de la Virgen del Rosario y de ahí que en el mes de octubre la Iglesia nos invita a acrecentar nuestras oraciones a la Santísima Virgen mediante esta práctica de piedad.

Ciertamente no vivimos los tiempos de Lepanto y no somos soldados que se alistan para una batalla campal, pero todos tenemos que afrontar distintas luchas en nuestra vida «normal»: la lucha contra el amor propio, contra la vanidad, contra las tentaciones que atacan nuestras pasiones, contra el deseo de quedar bien, imponer nuestra opinión sobre los demás, y un largo etcétera. En definitiva, «la vida del hombre sobre la tierra es milicia» (Cf. Joel 7, 1). Además, la experiencia nos ha mostrado que la paz en el mundo, en nuestro país y en nuestras comunidades no se consigue con discursos o documentos firmados. Solo cuando cada persona vive en paz, puede transmitir la auténtica paz que viene de Jesucristo. Por eso San Francisco pedía en su oración: «Señor, hazme un instrumento de tu paz».

Es aquí donde aparece el Rosario como un «arma poderosa», tal como lo llamaba San Josemaría Escrivá (Cf. Camino, 558) para defendernos y luchar, con el poder de la oración, frente a los ataques dirigidos hacia nuestra santidad, la familia, la unidad y la enseñanza de la Iglesia… Se trata de una oración sencilla y humilde a través de la cual nos acercamos a la vida de Cristo, el Príncipe de la paz, con los ojos de la Santísima Virgen. Una oración de hijos pequeños que, llenando de rosas a la Madre (de ahí la palabra Rosario), alcanza muchos favores de su Hijo.

El mundo necesita cristianos dispuestos a luchar la batalla de la esperanza en los momentos difíciles, del perdón ante las ofensas, de sonreír cuando todo invite a la amargura, de llevar el amor de Cristo y la compañía de la Virgen allí donde se han olvidado de ellos. Tal vez la primera prueba a superar sea la tentación de creer que rezar el Rosario es monótono, sin espacio para la espontaneidad y, sobre todo, ineficaz frente a los grandes problemas de nuestras vidas y de la humanidad. Sin embargo, son muchos los testimonios del poder y de los milagros conseguidos a través de esta oración (basta que escribas en Google «milagros del Rosario» y te sorprenderás).

Si nunca has rezado el Rosario o lo tienes olvidado, este mes es la mejor ocasión para retomarlo, para poner a los pies de Jesús, a través de María, muchas intenciones; y para hacer parte de aquellos que quieren sumarse a la batalla por la santidad, por el reinado de Dios en el mundo. Sabemos que la victoria está garantizada, porque la ha conseguido Cristo (por eso el próximo mes celebraremos a Jesucristo «Rey del universo»). Pero es una lucha que debemos continuar librando, pues «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (Gaudium et spes, 37). Será la gracia de Dios y las armas de la oración las que nos permitan unirnos a esta victoria.

¡Feliz mes del Santo Rosario!

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