Espiritualidad conyugal

La palabra espiritualidad se puede definir como “naturaleza y condición de espiritual” o también como “lo relativo a la vida del espíritu”, entendiendo el espíritu como lo más hondo en la vida de un sujeto. La espiritualidad cristiana vendría a ser, entonces, la vida según el Espíritu de Cristo.

En ambientes teológicos se habla de espiritualidad cristiana, y como una subdivisión según carismas, de espiritualidad franciscana, carmelitana, teresiana, vicentina, etc. En ambientes quizá más especializados, se trata de la espiritualidad según los estados de vida, es decir, de espiritualidad laical, espiritualidad conyugal, espiritualidad sacerdotal y espiritualidad de la vida consagrada.

El Concilio Vaticano II enseña que el «comportamiento espiritual de los laicos debe asumir una peculiar característica del estado de matrimonio y familia, de celibato o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social»[1]; en este artículo nos concentraremos en el tema de la espiritualidad conyugal.

La espiritualidad conyugal es una espiritualidad específica que se desarrolla en el dinamismo de las relaciones de la vida familiar[2] y que tiene como principio inspirador y fundamento la alianza de Cristo con su Iglesia. Es lo que el apóstol Pablo da a entender cuando dice: “Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla” (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,31-32)[3].

La caridad conyugal es el principio interior, la virtud que anima y guía la espiritualidad de los esposos, el amor que los une, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio. Es una «unión afectiva», espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten[4].

Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la «máxima amistad»; el matrimonio le agrega la novedad de una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia[5].

Teniendo como presupuesto lo antes expresado, esbozamos a continuación las notas características de esta espiritualidad:

  1. La espiritualidad conyugal es una espiritualidad de comunión sobrenatural. Es un reflejo del amor que se da en la Santísima Trinidad. La vida en el seno de la familia con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos maduran la comunión entre sus miembros. Esta comunión asocia «a la vez lo humano y lo divino». La espiritualidad conyugal es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino y la comunión familiar, dicha comunión es medio para la unión íntima con Dios[6].
  2. La espiritualidad conyugal es una espiritualidad de la oración pascual. Los dolores y las angustias se experimentan a través del misterio de la cruz; así las dificultades y los sufrimientos se transforman en ofrenda de amor. Por otra parte, los momentos de gozo se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección. La oración en familia es un medio privilegiado para expresar y fortalecer esta fe pascual. El camino comunitario de oración alcanza su culminación participando juntos de la Eucaristía, especialmente en medio del reposo dominical[7].
  3. La espiritualidad conyugal es una espiritualidad del amor exclusivo y libre. En el matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Así, cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor y a la vez comunión donde el amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía. Esto exige un despojo interior. El espacio exclusivo que cada uno de los cónyuges reserva a su trato personal con Dios, no sólo permite sanar las heridas de la convivencia, sino que posibilita encontrar en el amor de Dios el sentido de la propia existencia[8].
  4. La espiritualidad conyugal es una espiritualidad del cuidado, del consuelo y del estímulo. Los esposos cristianos son mutuamente para sí y para toda la familia, reflejos del amor divino que consuela con la palabra, la mirada, la ayuda, la caricia, el abrazo. En la vida cotidiana de la familia, recordamos que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que es objeto del amor inmenso del Padre. Cuando la familia acoge y sale hacia los demás, especialmente hacia los pobres y abandonados, es símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia[9].

La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar el mundo[10].

[1] Dec. Apostolicam actuositatem, 4.
[2] Cfr. Exh. Apost. Amoris Laetitia, 313.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1616.
[4] Cfr. Exh. Apost. Amoris Laetitia, 120.
[5] Cfr. Ibidem, 121-124.
[6] Cfr. Ibidem, 314-316.
[7] Cfr. Ibidem, 317-318.
[8] Cfr. Ibidem, 319-320.
[9] Cfr. Ibidem, 321-325
[10] Cfr. Ibidem, 325.