¿Qué se siente ser Sacerdote?

Esta ha sido tal vez una de las preguntas más frecuentes que he escuchado últimamente. Pues, el “estilo de vida sacerdotal” provoca la curiosidad de muchas personas, tanto de aquellos que no conocen a Dios, como de los que viven la fe. Con todo, la respuesta a esta interrogante es la misma: Ser sacerdote es indescriptible. Las palabras no bastan para explicar la grandeza de este inmerecido regalo del Señor.

Después de escasos pocos años de haber recibido la ordenación sacerdotal de manos de nuestro Obispo, aún resuenan las palabras que Jesús dirigió a Simón y Andrés: «Síganme, y los haré pescadores de hombres». En realidad, el Señor nos hace esta invitación a todos, también a ti, porque todos estamos llamados a seguir a Jesucristo, a conocerlo y amarlo, y ya que sólo con Él podemos encontrar la felicidad verdadera, el camino que nos traza Jesús es el camino que le da sentido a nuestra vida.

Simón y Andrés «dejando las redes, le siguieron». Tú y yo también estamos llamados cada día, a dejar las redes de nuestra vida pasada, de nuestros apegos para seguir a Jesús. Sin embargo, Dios nos pide a algunos una entrega distinta, que supone configurar nuestra vida en función del servicio ministerial. Es así como iniciamos esta aventura sacerdotal que tiene momentos grises y de aparente tiniebla, pero en los cuales el Señor usa diversos medios para confirmar que es Él quien sostiene a los que ha elegido. De ahí que los años de preparación sean un tiempo propicio para dejar muchas “redes” y, sobre todo, para unirnos y apoyarnos únicamente en Jesucristo, de modo que aquello que predicamos sea el testimonio de lo que hemos vivido.

El sacerdote es un instrumento de Cristo para la Iglesia, el ministro que con sus manos trae a Jesús a la tierra en cada Eucaristía, que presta su voz a Jesús para perdonar los pecados, que usa sus pies para llevar el Evangelio a muchos lugares. Para ello es necesario estar siempre junto a Él, parecerse más a Él y, en definitiva, buscar ser siempre y únicamente como Él. Por tanto, la formación sacerdotal nunca termina, sino que se prolonga, por ello cada día debe esforzarse y pedir a Dios Padre la gracia para ser una buena imagen de Jesús.

A decir verdad, se trata de una tarea humanamente imposible, inalcanzable. Sólo la gracia del Señor puede hacer que el esfuerzo humano produzca frutos de fidelidad y santidad. Por esto, es necesario que toda la Iglesia ore por sus pastores, que pidamos todos a Dios por la santidad de los ministros y le roguemos que envíe muchos más obreros a su mies, para que Jesucristo tenga siempre servidores que prediquen su palabra y administren sus sacramentos.